Con el aparente bullicio de las terrazas, y con las playas volviendo a ser pisadas y pisoteadas, abandonamos al menos en esperanza, o eso es lo que parece, el recuerdo de la pandemia. Una pandemia que poco ha tenido y está teniendo de justa.
El virus como si fuese reflejo de nuestra sociedad ha aplicado los mismos sesgos que nosotros aplicamos y reproducimos en nuestro día a día. Hablamos, sí, de una discriminación “vírica” de clase, pero también de género.
Por un lado, nos encontramos que gran parte de los trabajadores que se han presentado esenciales durante estos días pertenecen a sectores muy precarizados. Y, por otro lado, observamos como gran parte del trabajo ha recaído sobre el sector de los cuidados, un sector en el que la mujer, debido a la reproducción de estereotipos y estructuras patriarcales, está muy presente.
Es evidente que aquellos trabajadores que, por la naturaleza de su labor, no han podido acogerse al teletrabajo han estado mucho más expuestos al virus que aquellos trabajadores que se han visto enteramente confinados. Riders, reponedores, cajeros, basureros, sanitarios, etc. por su grado de exposición se han visto más afectados. Sin embargo, pese a los riesgos, observamos como son estos sectores los que más precariedad padecen. Conocidas son las vulneraciones del derecho laboral sufridas por los riders, o la temporalidad presentada hacia los integrantes del sector sanitario y agroalimentario.
Además de la exposición encontramos otros factores que discriminan “víricamente” a la clase trabajadora y precaria. Factores como el hacinamiento o la falta de recursos alimentarios y/o sanitarios aumentan la probabilidad de contagio. Si comparamos los trabajadores (mayores de 65 años) menos cualificados con los trabajadores mejor posicionados observamos que estos últimos tienen una probabilidad menor de sufrir dependencia o dificultad en el día a día (del 28,15% en los trabajadores no cualificados, al 8,71 en los trabajadores mejor posicionado OXFAM 06/2020). Es decir, el trabajo precario y manual, no es ningún secreto, desgasta la salud de los trabajadores y las trabajadoras, haciéndoles más vulnerables a la COVID-19.
En esta línea también podemos observar como el nivel económico puede limitar el acceso a mascarillas desechables y otros productos sanitarios. De igual forma que la falta de renta nos puede empujar a hábitos alimenticios menos saludables que debilitan nuestra salud haciéndonos aún más vulnerables al virus.
En cuestiones de género, si bien víricamente los hombres son más susceptibles (aunque levemente) al virus, las mujeres debido a su alta ocupación en el sector de cuidados han estado más expuesta. El 76% de los sanitarios afectados, han sido mujeres. Así mismo, durante el confinamiento la mayor parte del trabajo doméstico ha recaído sobre ellas (OXFAM 06/2020). También hay que destacar, por su importancia, que son más de 9.000 los detenidos por violencia machista durante el confinamiento. (EL PAIS)
Además de la discriminación de genero y de clase, la pandemia ha agravado la desigualdad económica.
Mientras 12,3 millones de personas (1/4 de la población) se dispone a sobrevivir bajo el umbral de la pobreza (antes eran 10,8 millones). Las 23 personas más ricas de España han aumentado su capital en 19.200 millones de euros (en 79 días según OXFAM 06/2020). Por hacer la desagradable comparación, por cada trabajador dado de baja en la Seguridad Social estos 23 millonarios han aumentado en 21.333 € su capital.
Si bien todas las personas, por A o por B, nos hemos visto afectadas por la pandemia, aunque, eso sí, en muy diferentes grados, no se puede decir lo mismo de las empresas. Aunque no sea la norma ni lo general, no son pocas las empresas que han visto aumentar sus ingresos. Hablamos principalmente de empresas multinacionales del sector del entretenimiento o de la mensajería; empresas como Amazon o Netflix, aunque también encontramos “Marca España” en Movistar+, Filmin o Mercadona.
Esta desigualdad de la que hablamos también deslumbra el racismo institucional que desde hace tiempo vine denunciando gran parte de la población migrante y no migrante. Un inmigrante tiene una probabilidad del 149% de perder un empleo sobre otro trabajador no migrante. Aun cuando las inmigrantes se han mostrado tan necesarias en el sector agroalimentario y doméstico, la xenofobia y el racismo siguen imperando en las instituciones y en gran parte de la población.
Así, si bien de la memoria parece estar yéndose la crisis sanitaria, en la necesidad y en la preocupación se acerca una crisis económica y social que puede verse agravada con la falta de tejido social y sindical provocado por el teletrabajo y el “distanciamiento social”.
Frente a la normalidad de siempre, frente a la normalidad de desigualdad, pobreza, discriminación y precariedad, es necesario construir una “nueva normalidad” que verdaderamente sea novedosa, una normalidad en lucha por los servicios públicos, en lucha por los derechos, y en lucha por la libertad.
[Todos los datos sobre desigualdad en tiempos de COVID se pueden ver en el informe realizado por OXFAM Intermón: Una reconstrucción justa es posible y necesaria]