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Los trabajadores que limpian los trenes están trabajando el doble, sin protección adecuada

En medio de la crisis del coronavirus, ¿cuál es la realidad de los trabajadores del transporte? Trabajar sin seguridad sanitaria, ni para ellos, ni para los usuarios.

Beatriz Corvalán

Viernes 13 de marzo de 2020
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Dejando de lado la desinformación sobre la gravedad del COVID-19, la actual crisis sanitaria ha puesto al límite los estados y el sistema capitalista. Los recortes en sanidad, la reforma laboral que aun hoy permite a las empresas eludir su responsabilidad para extender el contagio, se definen ahora con más claridad.

De igual manera, saltan a la platea quienes son verdaderamente los afectados por la epidemia. No serán los grandes capitalistas quienes tengan problema en quedarse en su casa, disfrutando de la seguridad de su hogar con la despensa llena. Son aquellos trabajadores que no puede permitirse perder una jornada de trabajo, que tienen que asumir la aglomeración de los transportes y los supermercados, los que, por la naturaleza de su oficio, no pueden teletrabajar. Los mismos que tienen abuelos en residencias y no pueden verlos, los mismos que no pueden dejar a los hijos a su cuidado por miedo a que se extienda el virus a gente de riesgo.

En este panorama, el transporte público juega un papel crucial: sin él, ciudades como Madrid o Barcelona permanecerían completamente paralizadas. A la vez, es el punto de encuentro de miles de trabajadores que salen cada día a luchar por su subsistencia, la cual pende de un hilo en muchas ocasiones, fruto de precarización laboral y de condiciones indignas. Ni qué decir tiene que, si bien no pueden quedarse ni trenes ni autobuses en sus cocheras, su circulación favorece la propagación del virus. En este sentido, el transporte es un sector delicado: es tan necesario como peligroso en una crisis como la actual.

Los transportes no son sólo los maquinistas, sino que también están los mecánicos, circulación y taquilla, seguridad y, por supuesto, la limpieza. Metro, Renfe y EMT han asegurado que están respondiendo a la alerta sanitaria y están desinfectando los transportes a conciencia. En todas las televisiones salen trabajadores con las medidas pertinentes: mono de trabajo, mascarillas, gafas de seguridad, y equipos especiales de desinfección.

Sin embargo, la realidad es bien distinta. Quien escribe ha podido conversar con trabajadores que realizan tareas de limpieza de Metro y Cercanías: algunos apenas llevan una máscara de papel y una bayeta. Así están funcionando las subcontratas de limpieza del transporte público. Estas empresas, una vez pasado el concurso, reducen a lo mínimo el gasto de materiales y personal, con la intención de subir la cantidad de trabajo en detrimento de la calidad. Así, ni contratan el personal adecuado ni están dispuestas a gastar en material y medidas cautelares para los trabajadores. Cada cierto tiempo salen denuncias de la salubridad de los trenes, y consta que esto no es fruto de un mal obrar del trabajador sino, como puede verse, de una gestión de las contratas, las cuales tienen por objetivo sacar el máximo beneficio a costa de los trabajadores. Son estas empresas las que toman la responsabilidad de la desinfección, y ellas pasan a su vez ésta sobre la espalda de los trabajadores, convertida en una labor más (sin detrimento de la que pudieran tener antes). Ahora los trabajadores, además de realizar servicios de limpieza de mantenimiento deben añadir toda la desinfección.

En primer lugar, esto es un riesgo para la salud pública. Un trabajador que tenga que cumplir con una carga mayor de trabajo realizará peor su labor. En segundo lugar, cuando decimos peor, no decimos solamente en lo que respecta a la calidad del servicio, lo cual ahora tiene una peligrosidad preclara, sino también en las medidas de seguridad de sí mismo. No puede llevar a cabo todos los protocolos con la eficiencia pertinente si tiene que abarcar mucho trabajo. En resumen, hará el trabajo de cualquier manera, limpiando y desinfectando mal y, lo que es peor, exponiéndose a sí mismo al contagio.

Las empresas han asegurado que esta desinfección se lleva a cabo, sobre todo, tomando las medidas de seguridad para los trabajadores. Lejos del paripé que hacen para las televisiones, es lo contrario. Siguiendo la dinámica de empresas donde el riesgo es menor, se han limitado a responsabilizar a los trabajadores de su propia seguridad. Sin plantear un protocolo especializado, sin comprender que la naturaleza de sus trabajadores les obliga a trabajar con productos tóxicos, residuos materiales (y humanos), que lo hacen foco de infección, las empresas se limitan a que cada trabajador se tome su propia seguridad según pueda, siempre y cuando cumpla la excesiva cantidad de trabajo que les dan. Y, como es obvio, el sueldo es el mismo; poco aliciente para jugarse su vida y la de sus familiares de esa manera.

La hipocresía y doble moralidad de las empresas, que intentan hacer un lavado de cara de puertas para fuera, mientras que en su fuero interno siguen siendo una máquina de explotación, se hace más patente en el transporte más que en ningún otro lugar. Ya no se trata de salario o negociaciones laborales, sino de la vida de la gente y de los trabajadores, quienes no pueden dar a basto pese al mayor obstáculo que hay para superar esta crisis: su propia empresa.


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